La pandemia por COVID-19 marcó un punto de inflexión en la forma en que se presta la atención médica. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 70% de los países adoptaron o ampliaron sus servicios de telemedicina entre 2020 y 2021. Esta expansión no ha sido temporal: universidades como Harvard y entidades como la Organización Panamericana de la Salud (OPS) han demostrado que la telemedicina puede ser una herramienta sostenible para mejorar el acceso, reducir costos y aumentar la eficiencia en la atención sanitaria.
El Harvard School of Public Health ha publicado estudios que destacan cómo la teleconsulta ha reducido los tiempos de espera en especialidades como salud mental y atención primaria, sin comprometer la calidad del cuidado. En zonas rurales de América Latina, la OPS ha reportado una mejora significativa en la cobertura de salud gracias a programas de teleasistencia financiados en parte por organismos internacionales.
Además, el uso de tecnologías como el monitoreo remoto de pacientes y las plataformas digitales de seguimiento clínico ha permitido que los profesionales de la salud mantengan un control más cercano y constante sobre enfermedades crónicas, como la hipertensión y la diabetes.
No obstante, la implementación de la telemedicina también presenta desafíos. La brecha digital, la ciberseguridad y la capacitación de los profesionales son obstáculos aún por superar. Universidades como la Universidad de Toronto y la Universidad de California han desarrollado programas específicos para formar a médicos y personal de salud en habilidades digitales, asegurando una transición efectiva y segura hacia modelos híbridos de atención.
La evidencia actual sugiere que la telemedicina no es solo una solución temporal, sino una estrategia esencial para sistemas de salud resilientes y equitativos. El reto ahora es consolidar su uso, establecer regulaciones claras y asegurar que todos los sectores de la población puedan beneficiarse de sus ventajas.